Ayer murió Antonio Vega. Quizá para muchos que pasáis por aquí debería explicar quién es, y hablo en presente porque para mí todavía no se ha ido, pero esta vez no voy a dar explicaciones. No me da la gana.
Cuando me enteré de su muerte, lo primero que hice fue llamar a una persona y contárselo. Se quedó tan choff como yo. El último de los genios se ha ido sin hacer ruido, despacito y esa media sonrisa que nunca esbozó del todo.
Se ha ido parte de la banda sonora de mi vida. El chico de piernas interminables se ha vestido de negro por última vez y ha cerrado su bloc de componer. Ya nadie hará magia con letras ni jugará a ser fabricante de lluvia con los sonidos.
Siempre he pensado que la vida de Antonio Vega ha sido un trío eterno: su amor, Marga, la heroína y él. A veces eran un cuarteto, porque se les unía Enrique Urquijo.
Y juntos jugaron hasta que el monstruo de papel echó los dados: primero se fue Enrique, y todo su genio maldito rodeó a Antonio diciéndole «serás el siguiente», pero la heroína hizo trampa y Marga sacó los dados marcados, y Antonio fue más que nunca «ese chico triste y solitario», decidiendo vivir de esa manera hasta las últimas consecuencias.
Hasta ayer.
He estado un rato intentando escoger una de sus canciones para cerrar el post, pero no voy a poner ninguna de las suyas, sino una versión que hizo de un tema de Serrat, desconocido para muchos.
La pongo con acordes para que alguien se la aprenda y una noche de éstas me la regale. Porque no recordamos días; recordamos momentos…